Algunos de mis hombres estaban buscando a Egro en el hotel Edén, ya me estaba cansando, tenía los recursos, ellos no tenían nada, pero según lo que me decían los estúpidos que trabajaban para mí estos dos encuentran ayuda donde quieran que vayan. Para mi eran sólo excusas, que salían del interior de montañas, que los cargaban autos en la ruta, yo estaba seguro que era pura inutilidad.
Me encontraba en la vereda de una casa abandonada, dos de mis hombres me aseguraban que allí habían estado Egro y Moisés hasta que vino una mujer, mostró sus pechos por la ventana y salieron disparados hacia el mismo auto que los recogió en la ruta, puras mentiras. Decidí cortarles el extra de helados “Torpedo” que les había otorgado hasta que trajeran una información valedera, la situación requería mano dura.
Mientras trataba de comunicarme con los que estaban en el hotel escucho un grito agudo, salen corriendo de la casa dos de mis secuaces gritando “¡Una rata! ¡Una rata!”
- ¡Estúpidos! ¡Maricones! ¡Cada uno tiene una 9 milímetros en la cintura y se espantan por una miserable rata! – les grito.
- Señor, yo no se usar un arma, soy muy bueno, quizás el mejor diseñador de interiores del país, pero las armas me dan impresión, ni hablar de las ratas, mi compañero se asustó por mis gritos.
Esto no podía seguir así, decidí entrar yo solo para enseñarles que los trajes también debían ensuciarse ¿para qué contraté intelectuales? No sirven para otra cosa que estorbar.
Ya dentro de la casa les grito que “¡Son unos inútiles!” y en ese momento siento una mano en mi hombro, una gota de sudor bajó desde mi nuca hasta la cintura y el pito se me metió para adentro, un sonido similar al de una motosierra explotó en mi trasero y los pezones de mis tetillas perforaron mi carísima camisa. Me di vuelta y vacié el cargador contra la figura que se encontraba ante mí, cuando comprendí de que se trataba mis hombres comenzaron a dispararle desde la puerta y las ventanas, cada disparo que le daban (uno de cada siete) lo alejaba hasta que desapareció en la penumbra., mis hombres corrían en círculos y gritaban, dos lloraban, yo estaba saliendo de la casa cuando oigo una voz que dice mi nombre, me doy vuelta y despeino al decorador de interiores con una potente flatulencia, otro susto de tamaña magnitud y lo que de ahí saliera sería sólido y peligroso. Era un “Ser Marrón”, los seres Marrones habían vivido desde siempre en las sierras, cuando el hombre comenzó a frecuentarlas estos se fueron a vivir a los desagües, pocos pudieron alojarse allí, los demás pasaban sus vidas convertidas en ratas, cualidad que poseían estos seres, podían convertirse en estos roedores, eso asustó a mis pobres e infelices empleados.
- Siempre creí que eran solo una leyenda – le dije temblando y frunciendo mi ano.
- Podría decirse, somos sólo la sombra de lo que éramos, pero no perdemos las esperanzas y usted nos va a ayudar – su voz era como la de un niño, en cambio su aroma era como el de un niño con kilos de excremento en sus pañales.
- ¿Por qué debería de hacerlo? – pregunté mientras encendía un habano.
- Disculpe, pero usted y sus compañeros me dispararon unas 17 veces, acá estoy, intacto, yo sólo puedo con todos ustedes, aparte no sabe a lo que se enfrenta, los otros dos sujetos van mucho mas avanzados en la búsqueda. Con sus recursos y mi ayuda puede emparejar la lucha – me dijo mientras le daba pequeños mordiscos a un pedazo de madera.
- Si son tan poderosos ¿Por qué viven como ratas?
- Solo hay dos marrones como yo, los otros son simples, sin poder alguno.
- Bueno, explíqueme de que se trata todo esto y deje de morderme la suela del zapato.
- Es que el olor a queso me puede.
Este personaje me explicó que lo importante no era el medallón, (y otras cosas que ya se las debe haber dicho alguien, yo recién empiezo a relatar y si repito después me putean) que dejara a Egro hasta que se fuera del hotel, que lo siga hasta que encontrara una caja fuerte, si lograba hacerme con lo que ésta contenía, él entraría en acción. Tuve que regalarle mis zapatos así los roía sin molestarme.
Inmediatamente envié a uno de mis hombres a avisarles a los demás que se vayan del hotel y a otro lo mandé a comprar 2 kilos de queso y una ruedita para ratas.
Esto se complica, pero comienzo a comprender cosas, la balanza se empezaba a emparejar, volví a otorgarles los helados a mis hombres.
No podía confiar plenamente en el Marrón, pero lo tenía que utilizar, era un aliado poderoso y yo estaba rodeado de ineptos.
En el hotel (relata Alejandra)
Yo no sabía donde estaban Egro y Moisés y estos tipos con sus armas revisaban el hotel buscándolos. Pensé en soltar a Marcos, pero era capaz de voltear el hotel y no había tetas que valgan a esas horas. Mi padre no entendía nada, los vio de trajes y pensó que eran municipales, los dejaba revisar todo. Uno se sentó y pidió una milanesa a la napolitana con papas fritas y huevo a caballo (aclaración gastronómica: el huevo arriba de las papas) otro se puso a mirar televisión y anotaba números para comprar cuchillos ginsu. De repente ninguno estaba buscando nada, los que no estaban viendo televisión ni comiendo, jugaban al sapo al fondo del salón. Me puse a buscarlos yo. Rogaba que no hubieran ido a la montaña, y de haberlo hecho, que no se hayan metido en algún portal. Alumbrando con la linterna hacia la montaña alcanzo a divisar la columna de piedra, era demasiado tarde, volví al hotel así no sospechaban ni los guiaba a estos tipos hasta la montaña. Entraba yo al salón y salían ellos.
- ¿Qué pasó papá? – le pregunté a mi papá (obvio)
- un hombre entró, habló con otro, se levantaron y se fueron, me dejaron $300 de propina, me hice la noche.
Empecé a buscar a Egro y Moisés por todo el hotel, no estaban, tenría que esperar hasta el amanecer, si no habían entrado al portal quedaban esperanzas de que Egro llegue a la Remolacha Suprema.
Me dirigí a mi habitación, cuando me cambiaba la toalla femenina un fuerte estallido me hizo tirar la usada dejándola pegada en el techo, corrí hasta el salón desnuda, mi padre estaba paralizado mirando al techo, temblaba, cuando me miró sus ojos estaban tan abiertos que parecía no tener parpados. Corrió a cerrar la puerta de entrada, yo volví a la habitación sosteniendo la toalla femenina con mi mano, me vestí y volví al salón, mi padre volvía de cerrar también las ventanas y otra vez el estruendo, la enorme araña que iluminaba todo el salón se desprendió del techo y cayó sobre él, mis rodillas se aflojaron, lo vi moverse y me acerco, pero el piso comenzó a temblar, estallan los vidrios de una de las ventanas y en la oscuridad siento caer algo cerca mío, lo alumbro, mis ojos se inundaron, las cabezas de Egro y Moisés yacían a centímetros de mi, apagué la linterna y me eché a llorar.
Me encontraba en la vereda de una casa abandonada, dos de mis hombres me aseguraban que allí habían estado Egro y Moisés hasta que vino una mujer, mostró sus pechos por la ventana y salieron disparados hacia el mismo auto que los recogió en la ruta, puras mentiras. Decidí cortarles el extra de helados “Torpedo” que les había otorgado hasta que trajeran una información valedera, la situación requería mano dura.
Mientras trataba de comunicarme con los que estaban en el hotel escucho un grito agudo, salen corriendo de la casa dos de mis secuaces gritando “¡Una rata! ¡Una rata!”
- ¡Estúpidos! ¡Maricones! ¡Cada uno tiene una 9 milímetros en la cintura y se espantan por una miserable rata! – les grito.
- Señor, yo no se usar un arma, soy muy bueno, quizás el mejor diseñador de interiores del país, pero las armas me dan impresión, ni hablar de las ratas, mi compañero se asustó por mis gritos.
Esto no podía seguir así, decidí entrar yo solo para enseñarles que los trajes también debían ensuciarse ¿para qué contraté intelectuales? No sirven para otra cosa que estorbar.
Ya dentro de la casa les grito que “¡Son unos inútiles!” y en ese momento siento una mano en mi hombro, una gota de sudor bajó desde mi nuca hasta la cintura y el pito se me metió para adentro, un sonido similar al de una motosierra explotó en mi trasero y los pezones de mis tetillas perforaron mi carísima camisa. Me di vuelta y vacié el cargador contra la figura que se encontraba ante mí, cuando comprendí de que se trataba mis hombres comenzaron a dispararle desde la puerta y las ventanas, cada disparo que le daban (uno de cada siete) lo alejaba hasta que desapareció en la penumbra., mis hombres corrían en círculos y gritaban, dos lloraban, yo estaba saliendo de la casa cuando oigo una voz que dice mi nombre, me doy vuelta y despeino al decorador de interiores con una potente flatulencia, otro susto de tamaña magnitud y lo que de ahí saliera sería sólido y peligroso. Era un “Ser Marrón”, los seres Marrones habían vivido desde siempre en las sierras, cuando el hombre comenzó a frecuentarlas estos se fueron a vivir a los desagües, pocos pudieron alojarse allí, los demás pasaban sus vidas convertidas en ratas, cualidad que poseían estos seres, podían convertirse en estos roedores, eso asustó a mis pobres e infelices empleados.
- Siempre creí que eran solo una leyenda – le dije temblando y frunciendo mi ano.
- Podría decirse, somos sólo la sombra de lo que éramos, pero no perdemos las esperanzas y usted nos va a ayudar – su voz era como la de un niño, en cambio su aroma era como el de un niño con kilos de excremento en sus pañales.
- ¿Por qué debería de hacerlo? – pregunté mientras encendía un habano.
- Disculpe, pero usted y sus compañeros me dispararon unas 17 veces, acá estoy, intacto, yo sólo puedo con todos ustedes, aparte no sabe a lo que se enfrenta, los otros dos sujetos van mucho mas avanzados en la búsqueda. Con sus recursos y mi ayuda puede emparejar la lucha – me dijo mientras le daba pequeños mordiscos a un pedazo de madera.
- Si son tan poderosos ¿Por qué viven como ratas?
- Solo hay dos marrones como yo, los otros son simples, sin poder alguno.
- Bueno, explíqueme de que se trata todo esto y deje de morderme la suela del zapato.
- Es que el olor a queso me puede.
Este personaje me explicó que lo importante no era el medallón, (y otras cosas que ya se las debe haber dicho alguien, yo recién empiezo a relatar y si repito después me putean) que dejara a Egro hasta que se fuera del hotel, que lo siga hasta que encontrara una caja fuerte, si lograba hacerme con lo que ésta contenía, él entraría en acción. Tuve que regalarle mis zapatos así los roía sin molestarme.
Inmediatamente envié a uno de mis hombres a avisarles a los demás que se vayan del hotel y a otro lo mandé a comprar 2 kilos de queso y una ruedita para ratas.
Esto se complica, pero comienzo a comprender cosas, la balanza se empezaba a emparejar, volví a otorgarles los helados a mis hombres.
No podía confiar plenamente en el Marrón, pero lo tenía que utilizar, era un aliado poderoso y yo estaba rodeado de ineptos.
En el hotel (relata Alejandra)
Yo no sabía donde estaban Egro y Moisés y estos tipos con sus armas revisaban el hotel buscándolos. Pensé en soltar a Marcos, pero era capaz de voltear el hotel y no había tetas que valgan a esas horas. Mi padre no entendía nada, los vio de trajes y pensó que eran municipales, los dejaba revisar todo. Uno se sentó y pidió una milanesa a la napolitana con papas fritas y huevo a caballo (aclaración gastronómica: el huevo arriba de las papas) otro se puso a mirar televisión y anotaba números para comprar cuchillos ginsu. De repente ninguno estaba buscando nada, los que no estaban viendo televisión ni comiendo, jugaban al sapo al fondo del salón. Me puse a buscarlos yo. Rogaba que no hubieran ido a la montaña, y de haberlo hecho, que no se hayan metido en algún portal. Alumbrando con la linterna hacia la montaña alcanzo a divisar la columna de piedra, era demasiado tarde, volví al hotel así no sospechaban ni los guiaba a estos tipos hasta la montaña. Entraba yo al salón y salían ellos.
- ¿Qué pasó papá? – le pregunté a mi papá (obvio)
- un hombre entró, habló con otro, se levantaron y se fueron, me dejaron $300 de propina, me hice la noche.
Empecé a buscar a Egro y Moisés por todo el hotel, no estaban, tenría que esperar hasta el amanecer, si no habían entrado al portal quedaban esperanzas de que Egro llegue a la Remolacha Suprema.
Me dirigí a mi habitación, cuando me cambiaba la toalla femenina un fuerte estallido me hizo tirar la usada dejándola pegada en el techo, corrí hasta el salón desnuda, mi padre estaba paralizado mirando al techo, temblaba, cuando me miró sus ojos estaban tan abiertos que parecía no tener parpados. Corrió a cerrar la puerta de entrada, yo volví a la habitación sosteniendo la toalla femenina con mi mano, me vestí y volví al salón, mi padre volvía de cerrar también las ventanas y otra vez el estruendo, la enorme araña que iluminaba todo el salón se desprendió del techo y cayó sobre él, mis rodillas se aflojaron, lo vi moverse y me acerco, pero el piso comenzó a temblar, estallan los vidrios de una de las ventanas y en la oscuridad siento caer algo cerca mío, lo alumbro, mis ojos se inundaron, las cabezas de Egro y Moisés yacían a centímetros de mi, apagué la linterna y me eché a llorar.