lunes, 11 de diciembre de 2006

Capitulo 3 - Primer Encuentro (relata Egro - dibuja Marcos "Laky" Luc)


Una noche perfecta, estrellada, fresca, silenciosa, con Ricky Martin de fondo, yo estaba relajado, Moisés, bueno, el hilo de saliva que colgaba de su boca ya iba tornándose sólido, un poco de sangre en sus labios y una mancha de coca cola en su remera, si, cuando cruzamos el peaje paramos en la estación de servicio a orinar, defecar, lavarnos los dientes, las axilas, las partes nobles, peinarnos, ponerle agua al radiador, inflar las gomas, limpiar los vidrios, en fin, todo lo que en casa no hacíamos, de paso, pedimos una gaseosa de medio litro y nos fuimos sin pagar. A mi siempre me gustó hacerle bromas a Moisés, justo cuando el estaba por tomar yo aceleré y se tiró lo que quedaba en la botella encima.
La autopista estaba muy oscura, de repente, Moisés se despertó y balbuceó algo, su aliento hizo saltar el CD.
- che, prendé las luces – dijo mientras mi estómago se revolvía de milo maneras.
- Si, era para que no te molesten mientras dormías – dije yo disimulando, en realidad me había equivocado y hacía varios kilómetros que el limpiaparabrisas danzaba frente a mi, es que las perillas estaban juntas, o sea, a cualquiera le puede pasar, un amigo mío se fue hasta Jesús María con el freno de manos puesto “¿ese no fuiste vos?” ¡ya te dije mil veces que no te metas cuando relato Moisés! Si, fui yo ¿ustedes son perfectos? Pensaba que le pasaba algo al auto y cuando llegué al mecánico, este sacó el freno de mano y me cobró $159.
- ¿Por qué vamos escuchando Ricky Martin? – dijo Moisés mientras le daba un mordisco al sándwich de milanesa que, tres días atrás, se me había caido abajo del asiento.
- Tuve un sueño, creo que era algo revelador, tiene que ver con lo que vamos a buscar, si uno presta la debida atención a los mensajes de la mente, hay puertas que se pueden abrir, puertas que antes eran invisibles a nuestros ojos. Estoy tratando de mirar hacia mi interior para llegar más allá de mis…
- ¡Frená que quiero vomitar! – el sándwich le movió las estanterías a Moisés mi segundo discurso importante.
Al costado de la ruta, mientras Moisés intentaba devolver la podredumbre sentí una presencia. Me acerqué a un alambrado que rodeaba un terreno, me agaché para cruzarlo y me pegó tal patada que me cimbró hasta el huesito dulce y un dóberman que parecía un pony se me prendió del tobillo y parecía dispuesto a no soltarlo. Tanteando el suelo me pinché unas quince veces cada mano con los cardos hasta que encontré una rama gruesa, le pegué con todas mis fuerzas, lanzó un gemido y me soltó, en cuestión de milésimas de segundo se ensañó con mi otro tobillo. Decidí que era momento de sacar la salchicha que tenía en el bolsillo del sobretodo, con increíble rapidez me la comí, no quería morir sin saborearla, era Vienissima.
- ¡Juiiiiiira perro! – oí gritar a Moisés y luego sentí qu el animal se alejaba, el perro también. me levanté a duras penas, frustrado, era la segunda vez que Moisés encontraba la solución a un problema y yo no.
- Manejá vos Moisés, me duelen mucho los pies y creo que la salchicha estaba vencida – le dije mientras me dejaba caer en el asiento de acompañantes.
- Bueno – dijo él – pero yo necesito colgar una foto de la virgencita en el espejo retrovisor.
- ¡Esa es una foto de mi hermanita degenerado! – puse el grito en el cielo raso, mi hermanita tenía apenas 18 añitos.
- Por eso ¿o insinuás que ya no es virgencita? – dijo el sin dejar de mirar la ruta.
De un zarpazo saqué la foto y la guardé, me dormí, los pensamientos rondaban mi mente y desfilaban uno tras otro “tu, loca manía, has sido mía, solo una vez, dulce ironía, fuego de noche, nieve de día” “¿Lograremos llegar antes que Moralez a destino?”“¡Qué buena está la Luciana Salazar!”
Otro sueño me invadió, otro extraño sueño: En una especie de sauna, con un vapor que no me dejaba ver ni la mano, aparece un Ricky Martin más agresivo, con una ceja levantada y una actitud más violenta, la misma era aplacada con una piel brillante y una toalla rosa atada a la cintura, firme, voraz, siempre sin dejar de mirarme la entrepierna, gritó “¡Fuego contra fuego es amar, fuego del que no puedo escapar, donde nadie oye mi voz, ahí te espero yo!”, se dio vuelta y se fue rezongando “un, dos, tres, alé, alé, alé”.
Desperté, vi que el auto estaba detenido, Moisés compraba algo en un kiosco en la entrada de Carlos Paz, le grité que me compre cigarrillos, luego de recibir una pequeña de Danonino y un marlboro 20 box salió corriendo hacia el auto “¡jeje! Otra vez el truco de salir corriendo, este Moisés es uno…” mientras pensaba eso observaba como se acercaba el kiosquero a mi ventanilla “Moisés va a arrancar antes que llegue” decía para mis adentros. El auto comenzó a moverse cuando el kiosquero acababa de pegarme la séptima trompada en mi pómulo derecho.
- ¡¿Porqué tardaste tanto Moisés?! – le grité si dejar de frotarme mi dolorido rostro.
- Si tomo con el auto en movimiento me hace mal.
Fuimos por la avenida Carcano hasta llegar a una calle sin nombre, dicha calle se cortaba con el comienzo de la montaña mágica, la inmensa letra M se veía imponente.
Al bajar del auto utilicé el larga vista de mi View Master y, como lo sospechaba, no se veía nada, me habían advertido que eran solo juguetes pero Moisés me convenció de comprarlo.
Mis tobillos aún latían, el dolor era insoportable pero no podía esperar, seguramente Moralez estaba cerca.
- Hola Egro – la voz de Moralez entró en mi como una sentencia, sentí que todo se desmoronaba.
- Hola Oscar ¿De dónde saliste? – le pregunté mientras prendía un cigarrillo.
- Sabés que tengo infinidad de propiedades, esta es una de ellas – contestó mientras señalaba una especie de mansión, justo en frente de donde Moisés había estacionado nuestro vehículo.
- Llegaste antes, supongo que ya tenés lacayos subiendo la montaña.
- No es necesario, voy a subir yo, luego del asado que estamos por comer, no te quiero matar Egro, todavía algo de cariño te tengo, no me obligués, volvete que Moisés debe estar preocupado por vos.
- Sus palabras me hicieron caer en cuenta de que Moisés no había estado presente desde antes que Moralez me sorprendiera, una leve esperanza alimentó mi ánimo “quizás lo vio y se fue a la montaña” pensé, aunque conociendo a Moisés tenía mis serias dudas de que en realidad se hubiera ido corriendo hasta Córdoba.
- Ok Oscar, ganaste esta vez.
- ¿Seguro no querés asado? Está casi listo.
- Esteeeee… – era necesario que demuestre dureza, inflexibilidad - Bueno, pero no voy a tomar vino.
El parque trasero de la casa daba a la montaña, mientras le entraba a una costilla, vi la camisa amarilla de Moisés subiendo la montaña, los nervios hicieron que escupa el hueso y siete pistolas apuntaron hacia mi cabeza.
- tranquilos muchachos – les dijo Moralez siempre con el vaso de whisky en la mano – acompañen al muchacho al auto, ya comió bastante y tiene que volver a Córdoba si sabe lo que le conviene.
- Un minuto – dije con la voz quebrada - ¿podría pasar al baño? Se ve que el asado a estas horas de la mañana me cayó mal.
Los tipos miraron a Moralez, les hizo una seña y me llevaron hasta el baño, se quedaron en la puerta.
Ya adentro me senté en el lujoso inodoro, vi una pequeña ventana cerca del techo y encontré una posibilidad de escapar. Terminé de hacer mis necesidades (el asado me hizo mal en serio) y me subí a la mesada de mármol, golpearon la puerta.
- dale papá – gritaron del otro lado.
- Un minuto, estoy flojito de vientre – contesté agachándome para que la voz no se escuchara tan arriba y me escurrí hacia fuera.
Ya en el techo descubrí que la montaña era más accesible desde allí, corrí, ya fuera de la casa mis tobillos me atormentaban, aún veía a Moisés y por mirarlo me choqué un espinillo enano y me pinché hasta debajo de la lengua, tenía que seguir, Moralez no perdonaría esto, miré hacia atrás, los dos tipos estaban en el techo. Escuché un disparo y vi caer a Moisés, me desesperé, empecé a trepar con todas mis fuerzas, mi amigo, más que mi hermano, la adrenalina borró los dolores de mis pies, mi rostro y las aproximadamente trescientos cincuenta y siete espinas que llevaba clavadas.
Las lágrimas nublaron mi visión.