Doy tres pasos hacia atrás, trastabillando, antes de caer al piso, Moisés me alcanza a tomar de una de mis patillas, no desvío la mirada, pero tres lágrimas salen disparadas de mi ojo izquierdo, lo juro, la fuerza con la que salieron era inmediatamente proporcional con el dolor que sentía en el hemisferio de mi cabeza situado del mismo lado en el que se sitúa el corazón (izquierdo… pavo), casualmente, el costado de donde colgaba yo de una patilla fuertemente presionada por Moisés. Lo que inicialmente me convulsionó comenzaba a tornarse borroso. Como pude me levanté, empujé a Moisés y comenzamos a correr, nunca dejé de mirar hacia atrás, lo que provocó que pisara el talón de Moisés, se le salió la zapatilla a medias, antes de caer se abrazó a un poste, yo pase de largo y la implacable ley de gravedad provocó un fenómeno bastante extraño: mi pecho golpeó el asfalto y se elevó, luego comprendí que no quedaría así, suspendido, con los brazos abiertos, la vista perdida a causa de la velocidad y una incertidumbre que bien podría ser comparada con un pétalo de rosa encontrándose dentro de un huracán. Lo demás fueron 57 rebotes con distintas partes de mi cuerpo a lo largo de los 100 metros, los cuales pertenecían a una empinadísima cuadra de una tranquila y cálida calle de La Falda. Durante los primeros 10 metros, a decir de Moisés, la secuencia podría haber sido:
Pecho, codo, mentón, espalda, quejido, pecho, pecho, bocanada de aire, codo-rodilla, frente, pequeño llanto, pecho, insulto hacia la virgen de Guadalupe, nuevamente pecho, disculpas hacia la virgen de Guadalupe, mentón, cadera. Luego de los 10 metros me perdió de vista ya que me había sobrepasado con su veloz carrera. No alcancé a terminar de caer que mi fiel compañero tuvo la sutileza de tomarme de la patilla de la cual no me había tomado antes (la derecha… re pavo) y me arrastró, me tiró detrás de una verja de una casa abandonada. “Moisés, creo que el único lugar que no me raspé fue mi fosa nasal izquierda… pero por dentro” dije con el poco aliento que me quedaba “¡Agachate!” ordenó y empujó mi cabeza hacia abajo sin darse cuenta que se encontraba empujando mi cara contra un pequeño charco de agua y barro, no podía respirar, pero increíblemente los dolores de mi rostro se habían aliviado.
Al levantar la cabeza vi a Moisés sentado de espalda a la verja, tomándose las rodillas y con la cabeza entre ellas, la misma pose que hacemos cuando intentamos auto-satisfacernos con la boca, algo imposible por cierto. Repetía una y otra vez “¡Que no se asome acá, por favor, que no se asome acá!” y una gran sombra tapó casi en su totalidad la fachada de la deteriorada casa, una especie de gruñido se escucho sobre mi cabeza, una fuerte y agitada respiración y un pequeño trueno se escapó de entre las piernas de Moisés, “Perdón” dijo ¡Rajemos” agregué yo. Al mismo tiempo saltamos uno por cada ventana rota hacia el interior de la casa, estaba oscuro, dos pedazos de luz entraban por las ventanas, por la increíble cantidad de polvo se formaban dos especies de bloques luminosos que se clavaban en una pared despintada. Agachado me acerco a Moisés, estaba a solo uno o dos metros cuando la puerta estalla en unos mil pedazos, como era de esperarse uno de ellos se incrustó en mi ombligo, lo sorprendente fue la ausencia de dolor. Una enorme silueta se interpone entre el sol y nosotros. Se acerca hacia Moisés, no había otra cosa que actuar, tomé un trozo de madera y le pegué, no se donde, una parte de él, supongo que la cara, se volteó hacia mi, dos óvalos rojos se plantaron ante mi, no veía a Moisés, pero lo oía jadear. Los óvalos se acercan hasta mi, algo me toma del cuello, la vista se me empieza a nublar, una sombra por la ventana por donde entró Moisés ¡Una mujer! Se ilumina esa parte de la casa, es la misma chica que nos trajo en el auto, se levanta la remera, sus perfectamente esféricos pechos quedan totalmente al descubierto, escuché que gritó “Marcos, acá tenes tu par de tetas” y mi cuello dejó de ser presionado, lo que fuera que me tenía presionado se escurrió por un lugar tan negro como el café negro, ¿entendés negro?, la mujer, sin guardar los pechos nos apuró “¡Salgan estúpidos!” corrí hacia fuera. Moisés sale después de mí, el auto estaba en marcha, subo al volante, Moisés me recomienda que baje del volante y me siente en la butaca de conductor. La chica entra gritando que arranque lo antes posible antes que sea demasiado tarde, algo se mueve en la casa, acelero a fondo, dejo de acelerar, pongo primera y salimos de ahí. “¡Dobla en la esquina hacia la izquierda, vamos al hotel!” grita ella, por el espejo retrovisor veo el rostro de Moisés, sentado, quieto y mudo, presiento que compartíamos el sentimiento, había desaparecido el medallón de mi memoria, nuestro propósito ahí me parecía tan lejano, el sol se presentaba intermitente, en cambio, las dos esferas ocupaban casi un 100% en mi mente, dos montañas de vida, aproximadamente un kilo y medio de poesía convertía la vida en primavera, estaba casi seguro, Moisés sentía lo que yo, ese par de tetas no se borrarían tan fácilmente de nuestras retinas, íbamos hacia el hotel Edén. Aunque ya no sabíamos a que.
Pecho, codo, mentón, espalda, quejido, pecho, pecho, bocanada de aire, codo-rodilla, frente, pequeño llanto, pecho, insulto hacia la virgen de Guadalupe, nuevamente pecho, disculpas hacia la virgen de Guadalupe, mentón, cadera. Luego de los 10 metros me perdió de vista ya que me había sobrepasado con su veloz carrera. No alcancé a terminar de caer que mi fiel compañero tuvo la sutileza de tomarme de la patilla de la cual no me había tomado antes (la derecha… re pavo) y me arrastró, me tiró detrás de una verja de una casa abandonada. “Moisés, creo que el único lugar que no me raspé fue mi fosa nasal izquierda… pero por dentro” dije con el poco aliento que me quedaba “¡Agachate!” ordenó y empujó mi cabeza hacia abajo sin darse cuenta que se encontraba empujando mi cara contra un pequeño charco de agua y barro, no podía respirar, pero increíblemente los dolores de mi rostro se habían aliviado.
Al levantar la cabeza vi a Moisés sentado de espalda a la verja, tomándose las rodillas y con la cabeza entre ellas, la misma pose que hacemos cuando intentamos auto-satisfacernos con la boca, algo imposible por cierto. Repetía una y otra vez “¡Que no se asome acá, por favor, que no se asome acá!” y una gran sombra tapó casi en su totalidad la fachada de la deteriorada casa, una especie de gruñido se escucho sobre mi cabeza, una fuerte y agitada respiración y un pequeño trueno se escapó de entre las piernas de Moisés, “Perdón” dijo ¡Rajemos” agregué yo. Al mismo tiempo saltamos uno por cada ventana rota hacia el interior de la casa, estaba oscuro, dos pedazos de luz entraban por las ventanas, por la increíble cantidad de polvo se formaban dos especies de bloques luminosos que se clavaban en una pared despintada. Agachado me acerco a Moisés, estaba a solo uno o dos metros cuando la puerta estalla en unos mil pedazos, como era de esperarse uno de ellos se incrustó en mi ombligo, lo sorprendente fue la ausencia de dolor. Una enorme silueta se interpone entre el sol y nosotros. Se acerca hacia Moisés, no había otra cosa que actuar, tomé un trozo de madera y le pegué, no se donde, una parte de él, supongo que la cara, se volteó hacia mi, dos óvalos rojos se plantaron ante mi, no veía a Moisés, pero lo oía jadear. Los óvalos se acercan hasta mi, algo me toma del cuello, la vista se me empieza a nublar, una sombra por la ventana por donde entró Moisés ¡Una mujer! Se ilumina esa parte de la casa, es la misma chica que nos trajo en el auto, se levanta la remera, sus perfectamente esféricos pechos quedan totalmente al descubierto, escuché que gritó “Marcos, acá tenes tu par de tetas” y mi cuello dejó de ser presionado, lo que fuera que me tenía presionado se escurrió por un lugar tan negro como el café negro, ¿entendés negro?, la mujer, sin guardar los pechos nos apuró “¡Salgan estúpidos!” corrí hacia fuera. Moisés sale después de mí, el auto estaba en marcha, subo al volante, Moisés me recomienda que baje del volante y me siente en la butaca de conductor. La chica entra gritando que arranque lo antes posible antes que sea demasiado tarde, algo se mueve en la casa, acelero a fondo, dejo de acelerar, pongo primera y salimos de ahí. “¡Dobla en la esquina hacia la izquierda, vamos al hotel!” grita ella, por el espejo retrovisor veo el rostro de Moisés, sentado, quieto y mudo, presiento que compartíamos el sentimiento, había desaparecido el medallón de mi memoria, nuestro propósito ahí me parecía tan lejano, el sol se presentaba intermitente, en cambio, las dos esferas ocupaban casi un 100% en mi mente, dos montañas de vida, aproximadamente un kilo y medio de poesía convertía la vida en primavera, estaba casi seguro, Moisés sentía lo que yo, ese par de tetas no se borrarían tan fácilmente de nuestras retinas, íbamos hacia el hotel Edén. Aunque ya no sabíamos a que.